
HÉCTOR ZAMARRÓN/Milenio
Después de un letargo de 90 días en que las ciudades redujeron al mínimo su ritmo de actividad estamos a punto de retornar a una nueva realidad, a la “nueva normalidad” en donde los traslados son clave.
Si regresamos a esa vida de antes donde el auto era indispensable para las clases medias, para ese 30, 40 o hasta 50 por ciento que se mueve en vehículo privado según hablemos de Guanajuato, Tuxtla Gutiérrez, Veracruz, Puebla o Chihuahua, será el peor negocio de nuestras vidas.
Sería tanto como olvidarnos que la epidemia de sobrepeso y obesidad que teníamos desde antes de la pandemia por el sars-cov-2 ayudó a que el covid segara decenas de miles de vidas.
Sería como si tras el paso del pico epidémico desinstaláramos la ampliación de la capacidad hospitalaria hecha durante la cuarentena, en vez de reconvertir los hospitales y contratar formalmente a médicos y enfermeros para tener un sistema de salud más robusto.
Sería como ignorar que haber guardado millones de vehículos en sus garajes permitió limpiar el aire de las ciudades, disminuir el ruido y reducir la contaminación.
Por eso grandes ciudades en el mundo hacen apuestas arriesgadas para un regreso centrado en los peatones y en el uso masivo de la bicicleta. Ahí está Londres, cuyo alcalde Sadiq Khan anunció un presupuesto de casi 60 mil millones de pesos para infraestructura peatonal y ciclista. París tiene una estrategia similar.
En Italia, en Chile, en Ecuador, en Colombia y decenas de ciudades de Estados Unidos lo mismo que en algunas mexicanas —como Zacatecas, Zapopan, Guadalajara y la Ciudad de México— se plantean ese tipo de políticas públicas.
Para cambiar el paradigma, sin embargo, no basta con ciclovías emergentes. Hacen falta biciestacionamientos, nuevos reglamentos de tránsito, crear una cultura que fomente el uso de la bici y, por encima de todo, ofrecer seguridad para usarla, lo que solo se logra con reducir velocidades. Ninguna ciudad necesita bólidos de acero que la crucen.
Hay que modificar el diseño de las avenidas y calles, por principio y para ello hay mucha bibliografía para formar especialistas en la administración pública y la bicicleta.
La OCDE, el BID, la OMS tienen guías al respecto. En México, el ITDP, el Instituto Mexicano del Transporte, y otras instituciones han trabajado en crear conocimiento.
Pero, la bici no puede ser la nueva normalidad. No sola, al menos. El transporte público en el país, sobre todo aquel de las ciudades medias y pequeñas, termina la cuarentena muy golpeado. Sin ingresos, con deudas, con choferes mal pagados y con enfermedades crónicas, un retorno a la nueva normalidad sin apoyos y, además, con menos usuarios por el temor al contagio, será fatal. Requiere de un esfuerzo decidido de alcaldes y gobernadores que entiendan que este es un punto y aparte para una transformación obligada del transporte en sus ciudades.
Es tiempo de que incidan en la forma de organización y de operación, tienen facultades para ello y la mayor parte de la población depende del transporte público porque quienes podemos migrar a la bici somos minoría. Las ciclovías emergentes no bastan.
hector.zamarron@milenio.com
@hzamarron